Por Sergio Osiroff

Criollazo

“A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en estas tierras se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no va mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país”.

¿Puede haberse escrito algo más bello e inteligente, para describir a aquellos que parecieran vivir necesitando anteojos importados para ver su barrio, su ciudad, su provincia y hasta su patria?

¿Puede alguien expresar, de un modo tan explícito, el valor de la realidad en la percepción y afrontamiento de la vida?

¿Puede expresarse mejor la aceptación de que somos lo que somos, con independencia de cuándo vinieron los ingredientes ni de dónde?

Según pasan los años

¿De dónde salió el posterior Borges, el que solo ve en Inglaterra el coraje y casi que el derecho, en exclusiva, de ir tras el horizonte marino en pos de aventuras? ¿Cuál es el Borges que nos representa?

¿Con cuál nos identificamos? ¿Con el de “El tamaño de mi esperanza”, obra juvenil de la que abjuró (cuyo prólogo acabamos de reproducir)? ¿O con el adulto romántico que preconiza la superioridad del idealismo germánico, del cual el puritanismo anglosajón no es sino su subproducto exitoso (hasta hoy)?

El Inspector

La tragedia borgiana se simboliza en él, pero no acaba en él. En el fondo, Borges no fue sino sincero en su pasión por la historia marítima inglesa (y nórdica), a la par que en su desdén por la española. Además, fue sin duda un notable escritor. De los escasísimos que no pasaron en vano por las letras de este país, cuya especialidad literaria es hablar de literatura, más que construir alguna.

Incluso, no dejó de ser una persona cuya lealtad con sus propias ideas le fue inconveniente. Sea cierto o no su mítico traslado municipal, de una biblioteca a una inspección de gallinas, la manifestación pública de sus ideas le valió efectivamente si no una acción degradante, al menos una tomadura de pelo “institucional” hacia su persona. Seguramente por parte de algún funcionario de segunda o tercera línea, que son los que siempre son más leales con el que manda, con independencia de quien mande. Con todo, admitamos que de haber cerrado el pico, hubiera podido mantener ese puestito administrativo en la biblioteca municipal Miguel Cané. Empleo en que no hacía demasiado, pero en cuyas horas encontró el tiempo necesario para publicar una obra maestra, “El jardín de los senderos que se bifurcan”, y donde acaso haya ido pergeñando “El Aleph”.

No todo el mundo se atreve a decir lo que no conviene, y él fue capaz de hacerlo. Circunstancia que lo honra, por más que luego pusiera al propio presidente de la Nación a decidir sobre la suerte de empleados municipales perdidos en algún oscuro escalafón, cumpliendo tareas en una biblioteca de barrio. Cosa tan creíble, como el mar modelado por Inglaterra que describe esa misma imaginación. Porque si algo hay en Borges que hace ruido, lo mismo que el mito fundacional de su designación como inspector de gallinas por decisión personalísima de Perón, es el mar. 

Borges hace ruido en cuanto se hace a la mar. Un ruido que se sostiene hasta hoy y habla de proezas británicas, en un océano que ha sido mucho más disputado y tiene más gente relevante y de otras lenguas, de las que él imagina.

El juego de las diferencias

¿Qué diferencia habría entre un Borges que, con honestidad, alaba a la Inglaterra de Drake, y alguno de los difusores que, en la actualidad, enseñan (o difunden como si tal cosa) que el Pasaje Drake se llama así por haber sido éste su descubridor? La primer diferencia podría ser, tal vez, el título habilitante del moderno comunicador, en contraste con alguien de quien no se sabe bien si terminó la secundaria.

La segunda diferencia podría ser el fundamento desde el cual cada uno elabora y difunde la conclusión. En el caso de quien no salió de una biblioteca, no es sencillo toparse con vivencias que promuevan dudas. Hay de esa gente, por cierto, es decir aquella que a través de los libros accede al universo tal cual es. Pero se trata de una minoría que logra anteponer el realismo extremo a la ilustración. Y es capaz de aventurarse en leer aquello mismo que rechaza en su fuero íntimo.

En cambio, en un cultor de la aventura, aún el caso del típico aventurero moderno, con riesgos y responsabilidades a cargo de otros, la adhesión al relato es menos entendible, porque el pseudoexplorador no deja de estar expuesto a indicios, que podrían promover cierta duda en su propia credibilidad en el discurso dominante. Y sin embargo, pareciera que cuanto más se saca la cabeza del horno, más efectividad tiene el discurso.

¿Tilinguería? ¿Culto a la ignorancia construída sobre diplomas? ¿Convencimiento a través del machaqueo de habilitaciones obligatorias o páginas de organismos internacionales? ¿Exceso de exploraciones bibliográficas y maestrías en generalidades? ¿Discursos utilizados como mercancías, a las que finalmente se termina consumiendo para dar fe de su sabor y credibilidad?

Para separar la paja del trigo, es justo decir que si en algo no cayó Borges, a pesar de sus despropósitos, es en la tilinguería. Creyó con convicción y honestidad intelectual en lo que dijo. Fue leal con la historia marítima británica, en la que creyó porque creyó, no porque tuviera que venderla, aunque haya contribuido a difundirla.

Demoliendo citas

Borges, para terminar, en su pregonada cosmovisión marítima británica no hace sino adherir a un relato muy aceitado, muy detallado, y especialmente bien dirigido y persistente en el tiempo. Por ese motivo es que su postura es diferente a la de quienes requieren de los típicos libritos actuales de autoayuda para descubridores del mundo y la ecología, del tipo “Manual de forrajería antártica” de Robert Scott, “Mucho Drake y pocas Hoces”, “El mejor alcalde, Shackleton”, “Fitz Roy y Cleopatra”, más decenas de títulos semejantes destinados a inspirar una visión única sobre las tierras y aguas polares. Separadas del continente americano, es de recordar una vez más, por el espacio marítimo que lleva el nombre del navegante que ganó la medalla de plata, pero a quien el VAR le otorgó la de oro. Hoces quedó en posición adelantada. 

En suma, hasta se puede ser indulgente con Borges, que no se enteró nunca de Hoces por la Enciclopedia Británica. Otra cosa, en cambio, es la ignorancia de los que saben y hasta navegan en pesqueros de citas.

Puerto de palos

Al zarpar de un puerto de preconceptos, la historia de la aventura española en el Atlántico y el Pacífico Sur no solo es empequeñecida, sino convenientemente podada de sus aspectos técnicos, cuestión de lograr acentuar una imagen consistente sobre el oscurantismo de los exploradores. Es como que el arribo de españoles a estas tierras haya sido fruto del azar, mientras británicos u holandeses, absolutamente posteriores, estuvieran revestidos de un halo de lucha contra el yugo imperialista de la época (el español), a la vez de vocación por la observación científica y gran apertura mental por el cambio. Es más, asociamos el Renacimiento con ingleses y europeos del Norte, que son justamente quienes prácticamente carecieron de él. Paralelamente, dejamos al mundo latino en un medioevo vocacional, cuando en rigor fue centro del Renacimiento, y desde donde se inició el cambio de cosmovisión que pone punto final al universo de Ptolomeo, sacando a la Tierra de su comodidad central. No hay Newton sin Galileo. No hay Galileo sin la evolución previa en la comprensión y comprobación del mundo, a la que contribuyen decididamente cosmógrafos y navegantes españoles y portugueses que lo antecedieron.

A la capa

Pero es momento de achicar paño. Los temporales de palabras son como los de viento: hay que dejarlos pasar y tratar de amoldarse a ellos lo mejor posible, hasta que llegue el momento de retomar la derrota. En el próximo borde, nos encontraremos con el que vio tierra dos veces.

Podes escuchar EL PROVINCIAL RADIO en www.provincial.com.ar o bajando la aplicación http://streaminglocucionar.com/portal/?p=17668

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