Por Sergio Osiroff, Capitán de Pesca y de Ultramar – Ingeniero Pesquero para EL PROVINCIAL.
Nos descubrieron
Febrero es importante en la historia fueguina. En aquel mes de 1619, Bartolomé y Gonzalo García de Nodal, al mando respectivamente de los navíos “Nuestra Señora de Atocha” y “Nuestra Señora del Buen Suceso”, lograron circunnavegar, por primera vez en la historia, la isla de Tierra del Fuego. Acompañados por un cosmógrafo de enorme reputación en su época, Diego Ramírez Arellana (con el que aparentemente ambos capitanes no se llevaron demasiado bien), la expedición no solo dio la vuelta a la isla sino que estableció el primer contacto documentado de exploradores europeos con sus habitantes.
Malas noticias
Tres años antes, en 1616, los holandeses Jacob Le Maire y Willem Schouten habían avistado y franqueado el Sur del Cabo de Hornos, en su navegación al Pacífico.
Para España (entonces unida a Portugal), que sus enemigos descubrieran otro pasaje entre los dos océanos debió haber tenido un efecto si no devastador, al menos muy preocupante. Consideremos que salvo por aisladas incursiones inglesas, esta región del planeta era española. De allí la inmediata expedición de los hermanos Nodal, o simplemente los “Nodales”, que terminará siendo probablemente la más importante navegación exploratoria de Tierra del Fuego durante más de dos siglos, hasta que Fitz Roy con Darwin realicen su propio periplo, por el canal que quedará bautizado con el nombre de su buque, Beagle.
El día que me cites
Urdaneta, uno de los pilotos del segundo viaje alrededor del planeta (al comando de García Jofré de Loaysa), le atribuye a Francisco de Hoces, también integrante de la expedición, haber visto el “acabamiento del mundo”. Aquello habría sucedido en 1525, durante los días en que la nave a su mando, la San Lesmes, se ausentó del Estrecho de Magallanes, separándose del resto de la flota a consecuencia de un temporal. Ciertamente es motivo de controversia que haya arribado a los 55° de latitud Sur, y más al Cabo de Hornos, durante el período de 6 a 8 días en que estuvo perdida. Las distancias y período de ausencia en el Estrecho, del que salió con urgencia ante un viento arrachado del Sudoeste (a fin de poner a su buque a salvo, en aguas libres), no cierran del todo.
Pero no cierran del todo, muy especialmente, si no se ha navegado la zona ni vivido sus grandes temporales. Borrascas que, en cercanías de la costa, pueden manifestarse desde una dirección u otra y hasta con calma chicha, según los efectos locales que solo las meigas pueden predecir o explicar. ¿Cuántas veces, quienes llevan algún tiempo navegando las aguas australes, observan el viento en altura en una dirección (sea con las nubes bajas o el planeo de las aves marinas en días límpidos), y en superficie las ráfagas provienen de sectores inesperados? Otra cosa es la típica rotación de los grandes temporales en aguas abiertas de la Patagonia Sur, que irrumpiendo desde el Noroeste suelen despedirse por el Sudoeste.
Cuando en vez de quedarse en la búsqueda bibliográfica, se ha tenido uno que mojar en la zona (no decimos qué), no surgen tantas dudas de que Hoces haya efectivamente llegado al Sur del paralelo de 55°, siendo el primero en navegar el espacio marítimo que se extiende desde Tierra del Fuego hasta la Antártida.
Por ese motivo es que se lo conoció como “Mar de Hoces”, lo cual es mucho más abarcador y acaso justo, tanto en su dimensionamiento como en su marco geográfico, que titularlo “pasaje”. No obstante, como al gato de Sir Francis no se le busca tanto la quinta pata, Pasaje Drake es el nombre que se ha impuesto. Y los hispanos, los fueguinos entre ellos, dada nuestra indiferencia por el tema (o nuestra aceptación voluntariosa), seguramente estamos más que felices de que un poseedor de título nobiliario bañe nuestras costas, y no un vulgar gaita.
En fin, cuando se trata del mar y sus sabedores, ya lo dijo Cervantes en sus trabajos de Persiles y Sigismunda: “En el arte de la marinería, más sabe el más simple marinero que el mayor letrado del mundo”.
Lo que el viento se llevó
Una especulación, a criterio del suscripto y como tal sujeta a crítica y contrapeso con otras alternativas, es que la nave al mando de Hoces, la San Lesmes, al tiempo de salir a mar abierto haya debido correr un temporal del Noroeste, para arribar rápidamente al paralelo de 55° Sur, dejando por estribor (con mucha fortuna, sin llevársela por delante) la Isla de los Estados, que es lo que tal vez hayan interpretado como “acabamiento del mundo”.
Pensemos que el faro de San Juan del Salvamento, instalado por la Armada Argentina en 1884 al Este de la isla, fue inspirador de Julio Verne para su novela “El faro del fin del mundo”, y así quedó su denominación en el imaginario colectivo, hasta hoy. Ciertamente, la vista desde el mar de aquel extremo de la Isla de los Estados, inspira en la imaginación del navegante la idea de que no existe nada más a partir de allí. Su latitud está, por añadidura, muy próxima a los 55° de la controversia. Lo cual hace perfectamente posible que, como se ha sugerido, Hoces la haya avistado, dejándola por estribor, y le diera la impresión de constituir el “fin del mundo”, cosa que relató al reunirse nuevamente con sus compañeros. Sensación potenciada, con toda probabilidad, por las formas que toman las montañas y contornos de la isla, cuando se difuminan en las nubes bajas que suelen caracterizar muchos de sus días, aún cuando en sus adyacencias el cielo esté despejado.
Volviendo al periplo, podemos presumir que luego de alejarse y sobrepasar los 55°, el temporal haya rotado al Sudoeste, como es casi la “norma” que ocurra, permitiendo a la San Lesmes invertir el rumbo y volver sobre sus pasos, navegando a partir de allí con viento del través o la aleta, hasta reencontrarse con el resto de la flota. En ese caso, los días y las distancias dan mucho mejor de lo que suponen algunos de sus bibliográficos refutadores. Que los hay. Incluso hispanoamericanos. Casi que especialmente entre estos últimos.
Nobleza gaucha
Pero es ciertamente discutible que Francisco de Hoces haya avistado el propio Cabo de Hornos. Y no es necesario caer en la falta de rigor que caracteriza a holandeses e ingleses a la hora de imponer sus relatos y toponimias. Sabiendo decir “nobleza obliga”, podemos admirar y conceder el descubrimiento a quienes lo documentaron y difundieron oportunamente. Y que a la vez dieron nombre a la Isla de los Estados.
La San Lesmes y su capitán, finalmente se perdieron durante el progreso de la expedición de Loaysa (probablemente en las costas de Australia), de manera que no hay otros documentos que sus relatos al momento del reencuentro con la flota en el Estrecho, y de los que tomó nota el propio Urdaneta. Pero conste que no hay motivos para poner en duda que, en una observación del Sol, no calcularan correctamente una latitud de 55° Sur, con lo cual bien ganado tendrían que el Mar de Hoces fuera llamado como tal. Al menos entre paréntesis y bastardilla, cosa de no ofender a su Majestad. Ni poner en duda los cuentos que repiten sus servidores amaestrados. Llámese inteligentes o bien educados de por acá.
Ojos que lo ven, depresión que se siente
Un siglo después de la vuelta al globo de Magallanes-Elcano, y casi otro tanto de las peripecias de Francisco de Hoces, se lleva a cabo en 1619 la primera expedición europea que explora todo el contorno de la costa fueguina. Navegación de la que puede reiterarse, sin temor a alejarnos demasiado de la realidad, que también es la primera que realiza observaciones científicas sistemáticas sobre Tierra del Fuego. Cartográficas, muy especialmente (como es lógico), pero que involucraban, cosa propia de la época, la observación del mundo como un todo, y no tanto como sumatoria de conocimientos parcelados. Marinos a vela, estaban obligados a descifrar la naturaleza.
A modo ilustrativo, no es despreciable comprobar que, ya Pigafetta, relator de aquel viaje alrededor del mundo, se haya interesado por el petrel de las tormentas. O “paiño”, tal como se lo conoce en lenguaje coloquial en español. Ave que, al menos en estas latitudes, normalmente antecede al arribo de un centro de baja presión.
Agarrate Catalina
Vale la pena meterse con el paiño y los motivos que habrán justificado llamar la atención de los marinos de Magallanes, al punto de que Pigafetta se tomara el trabajo de describirlo. Pareciera caminar sobre las aguas, más que volar. Pero ello sería solo un aspecto simpático, no necesariamente una razón de envergadura como para mencionarlo.
Y lo curioso es que, aún hoy, hay quienes le prestan atención, lo cual merece una explicación.
Resulta ser que, esforzándose por ocultarse del control detectivesco de la Organización Marítima Internacional; navegando sobre los márgenes de las publicaciones y resoluciones de dicha oficina pública mundial de especialistas (en rajarle a los barcos), y por fuera además de sus registros y sistemas administrativos de gestión, cosas todas ellas que han hecho, de la navegación, una actividad igual de atractiva que pasarse veinte años haciendo rayitas en alguna subdirección municipal de algo (sin otro horizonte que jubilarse), decimos que detrás de todo ello quedan marinos que hacen lugar, en su cabeza, para la observación y la formación profesional. Parece mentira, pero todavía los hay. Y prestan atención a esta ave típica de nuestras aguas, el paiño, que no tendrá la majestuosidad del albatros de la bandera fueguina, pero aparece solo cuando viene el mal tiempo. Cosa que se agradece.
Si, en la diversidad de aplicaciones meteorológicas que cocinan los mismos datos, suministrados por los mismos proveedores para presentarlos como platos distintos al gusto de tal o cual paladar, el consumidor queda tranquilo porque en 3, en 17 o en 29 horas con 45 minutos y 30 segundos su aplicación preferida le indica que habrá buen tiempo, consejo sano y barato: mire alrededor. Si aparecen paiños, mejor precaverse. Algo está por venir, ellos lo saben y lo comparten con quienes están predispuestos a navegar en el agua, además de hacerlo por Internet mientras completan formularios de gestión.
