Almuerzo de notables

El 19 de mayo de 1976, apenas dos meses después de la caída del gobierno constitucional, un grupo de personas se juntó para un almuerzo. La cabecera de la mesa la ocupó –conjeturamos – el presidente militar del momento, Gral. Videla. En las restantes sillas se sentaron escritores de algún o mucho renombre, según los nombres. Concretamente el Padre Leonardo Castellani, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges y el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), Alberto Ratti.

Buenos y malos modales

Conforme declaraciones posteriores al almuerzo, tanto el Padre Castellani como Alberto Ratti habrían manifestado en la mesa su preocupación por la situación de algunos escritores, entre ellos Haroldo Conti, secuestrado unos días antes. Borges, en cambio, dando muestras de que la urbanidad no es solo una virtud durante la mesa sino especialmente después, declaró que el Gral. Videla “es todo un caballero”. Sábato, por su parte, expresó que “El general me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”.

El cura de Trento y los velocistas

Del Padre Castellani hemos mencionado su reclamo explícito por Haroldo Conti, militante del ERP. Autor de “Sudeste”, probablemente una de las mayores novelas de la literatura argentina, y de grandes obras como “Mascaró, el cazador americano”, “En vida”, o “La balada del álamo carolina”, Conti finalmente engrosó la lista de desaparecidos. Escritor de vida vivida y, como tal, jugada en pos de sus ideas. No fue un pensador rápido a la hora de tomarse el palo, después de haber calentado cabezas. No era un Eduardo Galeano o un Osvaldo Bayer, queremos decir. Tampoco un jefe de banda guerrillera con mando a distancia, a quien el tiempo, las canas y la perpetua adolescencia de la sociedad argentina terminan otorgando chapa de guerrero. Conti fue solo un militante o quizás menos que éso, un simpatizante, que se quedó y pagó con su vida.

Faltaría, a la par de reconocer el valor personal del cura peticionante por el gran escritor, decir que Castellani era el mismo que, al final de la Segunda Guerra, escribía sobre los judíos en la revista Cabildo cosas tales como que “si (los cristianos) sabemos castigar nuestros errores, no habrá necesidad de degüellos de judíos”, o “No hay más remedio que el ghetto”, o “Los antisemitas argentinos no son malignos, la mayoría son buenos muchachos”. Todas estas lindezas verbales, contemporáneas por supuesto al descubrimiento de maravillas como Treblinka o Auschwitz.

El detalle del currículum vitae del cura es importante traerlo a cuenta, porque es significativo de la consideración que gozaba, alguna gente de antecedentes antisemitas, ante el gobierno militar. Y por qué no, similar y singular estima entre miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo, banda armada de origen trotskista que no se privó de sumar sus esfuerzos, con alegría, al de quienes empujaron al país a un salto sin red. Que acaso dura hasta hoy.

Un provechito y volvemos (después del 82)

De Don Ernesto Sábato, otro de los comensales, se puede decir que la digestión lo agarró con tránsito lento y poca fibra, pero que finalmente logró hacerla. De este modo, luego de aguantar durante un tiempo –que fue de tiros–, pudo finalmente aflojar la cincha en plena restauración democrática. En otras palabras, diremos que en menos de una década pasó como por un Túnel (con mayúsculas, en su homenaje) de estar tan impresionado por la amplitud de criterio del Gral. Videla, a la presidencia de la Comisión de Desaparición de Personas y redactar el prólogo original del “Nunca Más”. 

Como se advertirá, el travestismo no es nuevo en la Argentina. Solo que alguna de sus tipologías, más proclive a ser objeto de burla o estigma, ha requerido tradicionalmente de mayor coraje físico –incluso de honestidad intelectual y personal– que otras que gozan de imagen más respetable. Una escuela fueguina lleva su nombre. No sabemos si por los méritos literarios, por sus modales en el almuerzo con el General Videla o su presidencia de la CONADEP. O todo a la vez.

Masacre en el Puticlub

Hay que reconocer que, en su súbito furor democrático, nuestro afamado retratador de Nietzsche y domador de alegrías –a las que supo poner en cautiverio–, no estuvo en soledad. Hubo, solo por citar un ejemplo ilustrativo, hasta jueces designados por el “Proceso” que, en ejercicio de sus altas responsabilidades, negaron oportunamente “habeas corpus” a detenidos desaparecidos. Gente negadora de derechos en tiempo real que, al cesar los tiros, y por esas mismas cosas del azar y el destino que Sábato, llegado el momento oportuno se descubrirá a sí misma como portadora de firme vocación democrática. Son tantas las casualidades y tan poderosas las corazas ideológicas, que no faltó entre ellos quien posteriormente lograra acceder a la Corte Suprema. Hablamos de la misma Corte Suprema de Justicia de la Nación (la nación nuestra, aclaramos) en que un miembro puede ser propietario de departamentos en que se ejerce el oficio más antiguo del mundo, sin que nadie se despeine. Esto último, dicho en confianza, solo por renovar las buenas noticias a todos aquellos que sostienen, como el suscripto, que la Argentina es un país en joda. Solo que anda mucho mejor de lo que se podría suponer. 

El Nobel y su eterno subcampeón

Detector de universos –tanto infinitos como puntuales–, andador de laberintos, auditor de espejos y memorias, inspector designado de aves y conejos, bibliotecario municipal y nacional, exquisito escritor, magnífico sofista, hombre de tan gigantesca como indisimulable humildad, Borges también tuvo, como Pablo de Tarso en el camino a Damasco, su revelación. No es que haya, sobre el final de su vida, descubierto que el Océano Atlántico existía antes que Inglaterra, e incluso que los vikingos. O que los soldados yankees a los que homenajeó en su poema “El Álamo” eran los invasores, y los mexicanos los invadidos. Incluso no es que por fin, en su venerable ancianidad, le saliera un poema o un cuento, cuyos intríngulis fueran distintos de los que venía machacando desde sus primeras letras. No es que se avivara, por fin, de que Jacinto Chiclana, Nicanor Paredes y sus restantes recreaciones caballerescas de arrabal, hayan sido otra cosa que escoria humana. Matones merecedores no tanto del olvido que poetiza su letrado rescatador, como del recuerdo por su servicio a las clases acomodadas, en perjuicio de los que trabajan. Actitud bien diferente a la de su menospreciado Cervantes, que en “Rinconete y Cortadillo”, en lugar de hablar benévolamente de asesinos del pasado, se mete con su propia época, deslizando que el hampa, la religión y las clases nobles iban de la mano. Con sus matices, cambios históricos y movilidad social –dicho ésto como comentario al margen–, cosa casi trasladable al día de hoy. Pero por ello mismo Cervantes es genial y supo andar a los tiros en Lepanto, mientras que los criminales embellecidos por Borges no podrían pasar, ni hoy ni a futuro, con mucha suerte, de alcahuetes de porongas en algún pabellón carcelario.

Vuelta y vuelta

No. Borges se mete, más que con el presente que lo rodea, con el pasado. Como siempre lo hizo. Más identificado con Shakespeare que con el citado Cervantes, el hombre de su tiempo sabe que siempre hay que meterse con el pasado, especialmente cuando ese pasado ya no le puede dar caza a nadie. No muy distinto que aquellos calientacabezas y rajadores del tipo que mencionamos antes y que, cuando vuelven, lo hacen con energía renovada. Porque Borges es también hombre de recapacitar. Tanto que en 1985, y aquí viene lo de la revelación, se hace presente en una de las sesiones del juicio a las Juntas Militares, que condenó a su “caballero” Gral. Videla, manifestando luego que “he asistido a una de las cosas más horrendas de mi vida. Siento que he salido del infierno”.
Y acá la cortamos por no seguir, en actitud borgiana, hasta el infinito. Y más allá.

Día del escritor

Todo lo dicho viene a cuento del “Día del Escritor”, celebrado en la Argentina el 13 de junio y al que nadie, afortunadamente, le ha prestado, por lo menos al último, la menor atención. Ni que se trate de un día en que, por mandato oficial, la gente común y silvestre, es decir la verdulera de la esquina, el kioskero o el mecánico de la otra cuadra, tengan que hacer un alto en su actividad cotidiana para reflexionar sobre los méritos y vicisitudes de los escritores.

Por qué es el 13 de junio y no otro día lo explicó en el 2020, a través de su página web, la entonces Secretaría de Cultura de la Nación (no sabemos si sigue existiendo como tal ni nos interesa). El anuncio, formulado en plena pandemia, explicaba que esa magna festividad era “en homenaje al nacimiento de Leopoldo Lugones”, agregando “la influencia que tuvo Lugones, su perfección literaria para describir (sic) y su heterogéneo pensamiento político: desde su juventud socialista hasta el apoyo a la ideología fascista de José Félix Uriburu”. Al leer esa página oficial de la “cultura”, uno no sabe qué pensar. Ni de la cultura ni del gobierno de entonces, ni del de anteayer o el de pasado mañana.

Pensamiento y acción

Y la verdad … se comparte con que no se rescate al Gral. Uriburu, derrocador de Hipólito Yrigoyen e iniciador de medio siglo de golpes militares. Y mucho más que se salve y se perpetúe la memoria de quienes, como Leopoldo Lugones, le calentaron la cabeza a ese mismo General. Porque decir, como hizo Lugones en anticipación a la cadena de golpes militares en Sudamérica, que “ha sonado otra vez en América, para el bien del mundo, la hora de la espada”, es de un grosso. 

Unos pusieron en acto lo que otros habían puesto en palabras. Aquellos hicieron los golpes, mientras el escritor quedó al margen de las consecuencias, y además lo festejamos. A lo sumo, un intelectual extraviado a quien se le puede perdonar todo. Por intelectual. Como a Heidegger se le puede disculpar su afiliación al partido nacional socialista. O a Sartre y Picasso sus libertades de expresión –y convenientes silencios– en la Francia ocupada por Hitler. Y así, con más casos de los que uno podría llegar a imaginar. Total, después, el temporizador ideológico –o el intelectual, o ambos a la vez– les provee la coraza zafadora. Como a Castellani, Sábato o Borges. O a los jueces propietarios de departamentos en los que se ejerce el viejo oficio. 

Propuesta y final en primera persona

Si por mí fuera, y aunque en rigor su muerte se debió a un exceso de confianza en el cianuro, cambiaría el “Día del Escritor” en homenaje a Lugones, por la fecha de su suicidio. Lo titularía como “Día del Corchazo Literario”. Estoy seguro de que el día de los escritores tendría mucha mayor divulgación. Disfruto de solo pensarlo. Se podría dedicar a los rajadores, los silenciosos oportunos, los calentadores de cabezas.
Al fin de cuentas, los autores de libros que la gente compra, así sea para adorno de bibliotecas, no necesitan de días en su homenaje. Si viven, necesitan plata. Para ello, que sus libros vendan bien, que los contraten para dar opiniones calificadas, los publiciten en tribunales autoconvocados de indignados. Nada más. Necesitan plata para vivir. Como cualquiera de nosotros, vulgares mortales.

“Día del Corchazo Literario” me parece una buena propuesta. Cosa de que sirva. En principio, a todos los que alguna vez tengan ganas de irse a las manos, en un sentido u otro de las ideologías, llevados por cantos intelectuales de sirenas. Los sabedores suelen hibernar en espera de tiempos mejores, o se refugian tras los fueros del pensamiento, o bajo faldas políticas. El mundo no es necesariamente de buenos y malos. Es más de vivos y estúpidos. De explotadores y especuladores por un lado, y los que ponen el cuerpo por el otro.

Finalmente, juro que no sé para qué sirve un escritor. No tengo la menor idea. Sé que la cultura es muy importante y, por la prensa oficial y cantidad de secretarías y reparticiones oficiales dedicadas a ella, debe ser incluso más importante que la agricultura, la acuicultura u otras culturas que anteponen lo productivo al mismo término cultura, ¡vil mundo material! Pero como no lo sé, no agrego más nada.

¡A su salud, Lugones!

Podes escuchar a EL PROVINCIAL RADIO en www.provincial.com.ar o bajando la aplicación http://streaminglocucionar.com/portal/?p=17668

2 COMENTARIOS

  1. ¡Escritor que huye sirve para dos novelas!
    Uno no evalúa a un pampanito por su forma de trepar un árbol de igual forma que no es el coraje lo que busca en un escritor sino su ingenio. Sería injusto que solo se idolatre a aquellos cuya integridad sea intachable descartando otras virtudes tanto o más excepcionales. Honorable puede ser cualquier hijo de vecino, pero talentosos solo unos pocos. No por gozar de una moral resbaladiza dejaron estos intelectuales de enriquecernos con su sapiencia, sus ocurrencias y sus ambigüedades. Trasladado a otros ámbitos sería impensado, por ejemplo, desmerecer las hazañas de un explorador como fue Sir Ernest Shackleton por haber sido este un sodomita confeso o negar los avances en medicina (objetivos e indiscutibles) del doctor Josef Menguele por la metodología empleada para sus hallazgos. Corremos a veces el riesgo de juzgar al autor cuando lo que en realidad importa son las obras que nos dejan, no importa el sujeto, sino el ojeto.

    ¡Saludos!

  2. Lo que se plantea en la nota es pasible de crítica, por lo que agradezco su comentario.
    Dejo de lado la referencia al Dr. Mengele, que más me parece una provocación de su parte que otra cosa. Respecto a SHACKLETON, sus hábitos sexuales no tienen que ser considerados, excepto que se haya aprovechado de su condición de jefe para satisfacer sus apetitos con sus subordinados. Es una historia popular hasta hoy indemostrable, acaso vinculada a su pedido expreso de que la Corona Británica le negara la condecoración a cuatro de sus hombres. La verdad es que no podemos saber nada al respecto, porque del resto de sus expedicionarios (todos condecorados salvo esos cuatro), no se «quebró» ninguno. Pero hay algo raro allí, y admito que está la leyenda.
    Ciertamente, de un escritor o un artista en general, es la obra lo que lo perpetúa y justifica. Pero cuando esos artistas se valen de su renombre para asumir actitudes públicas, no solo tienen que hacerse cargo, sino además deben ser ponderados como cualquier otra persona, sea artista o no.
    Un saludo cordial.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí