«MANCHAS DE GRASA, INDELEBLES CUANDO SE TRABAJA» – GRAL. PERON.

POR SERGIO OSIROFF PARA EL PROVINCIAL

– Nuestros viejos nos limaron la cabeza, pibe. «O estudiás, o te metés ya mismo a laburar». Una locura. ¿Para qué laburar, si en este país, con un diploma de algo te ganás el puchero sin hacer un pomo?  Y lo que es mejor, sin saber un pomo. A lo sumo firmás por quienes tienen oficio.

– ¿Está arrepentido de haber trabajado toda la vida?- al viejo Quique lo conocía de la cancha. Gente bonachona y de refunfuñar. Pero de bondad verdadera, la que emana de quien sabe que tiene poder de daño.

Capaz de imponerse por el vozarrón y, llegado el caso, con los puños, no le brotaba una sola palabrota frente a un niño, se volvía pudoroso ante las mujeres y era hombre de familia. Con “códigos”, como acostumbran decir, hoy día, numerosos pervertidos de las aristocracias política y televisiva, para referirse a aquellos que saben que hay cosas que no se hacen. Y que, para peor, efectivamente no las hacen por más impunidades y ventajas que les depare incurrir en ellas. 

En rigor, a Don Quique lo tenía de vista desde pibe, pero empecé a tratarlo cuando él ya estaba bastante jovato, años después de haber entregado el comando de la barra brava, cuando ingresé por primera vez a su boliche frente a la Bombonera. Nunca había entrado hasta entonces. Hablo de épocas anteriores a que la derecha inculta transformara La Boca en un paseo plastificado para turistas. Es decir, de cuando el barrio, sus talleres y cantinas, sus veredas y empedrados inundables, atraían turistas sin proponérselo. Antes de que a la Corbeta Uruguay la mudaran a Puerto Madero, para ser más precisos.

Quique me sirvió personalmente un tinto en pingüino y un sánguche de matambre –que según me dijo preparaba su mujer–, para después volver a sentarse en otra mesa, donde lo esperaba un hombrón fabuloso como lo era él mismo. Ni haciéndome el distraído pude evitar mirarlos.  

“¿Lo conoce?”, me preguntó, seguramente al advertir la fascinación que me producía su amigo. El nombre no lo registré, pero sí que se trataba de una ex barra brava de River. Me invitaron a la mesa. Nada de alcohol; deben haber tomado dos o tres lágrimas, cuando yo imaginaba que esa gente solo se juntaba alrededor de una botella de ginebra.

Hablaron largamente de fútbol. El de River fumaba como un escuerzo. Recuerdo haber escuchado de Carrizo, de Roma, La Máquina, los hermanos Onega, Rojitas. 

Algo se dijo de Labruna. Creo que de una vuelta olímpica en la Bombonera que el capitán millonario, por puro respeto por el rival, se habría negado a dar. Cosa inentendible hoy día. Y vagamente, como al pasar, de un encuentro en que ambos titanes se enfrentaron. No pude dilucidar al vencedor. Ví que tampoco era algo que les importara. Los viejos gladiadores se tenían esa clase de respeto que está más allá de victorias y derrotas. No escuché –o no recuerdo haberlo hecho– que se hayan pronunciado palabras como “gallina” o “bostero”. 

Idealizo, desde ya. Pero al menos, entre las mentiras con que engalano lo que digo, conservo memoria de pizza de cancha, junto a imágenes y sabores que fueron realidades para mí. Lo cual no es lo mismo que poetizar universos orilleros –aun haciéndolo con maestría– sin haber visto más orillas que las del Sena. 

En ninguno de mis regresos al boliche, que se fueron espaciando con los años por esas cosas de la vida, volví a ver al centurión de River.

De la charla con la que inicié el relato, que fue la última, recuerdo solo el lamento de Quique. 

«Pudiendo haberme pasado cinco años en una facultad, para vivir el resto de mi vida chapeándola de dotór, licenciado, cosas así. Me hubiera amarrado en alguna subdirección hasta jubilarme. ¿Qué querés que te diga, pibe? Los viejos eran muy inocentes, no entendían nada de este país. Elegí laburar».

He egresado de la universidad con medalla de oro. Mañana es la renovación de autoridades en la Asociación de Profesionales de Pedagogía Oficialista, Expresión Corporal y Vinculación Científico Tecnológica del Concejo Deliberante. Estoy indeciso entre la lista Naranja y la Celeste. La Verde no me gusta nada, con esa idea que traen de sumar a los no graduados. Sin portadores de incumbencias y tesis, sin presencia de arrieros de citas, no vamos a ningún lado.

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