POR SERGIO OSIROFF PARA EL PROVINCIAL
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Con motivo del «Día del Idioma Español en las Naciones Unidas», 23 de abril, coincidente con el “English Language Day at the UN”, la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, a través de su página web, convocó a un encuentro el 28 de abril para “celebrar las lenguas”. La UNTDF agregó, mediante transcripción de la publicación correspondiente de Naciones Unidas, que “la elección del día atiende al aniversario de la muerte del gran genio de las letras españolas, Miguel de Cervantes. Casualmente, la fecha de su fallecimiento coincide con la del más prestigioso dramaturgo inglés, William Shakespeare. De ahí que ambas lenguas compartan el día”.
ALLA EN EL HORNO SE VAMOS A ENCONTRAR
“Casualmente”, para usar el mismo término utilizado por Naciones Unidas y la Universidad, Shakespeare y Cervantes habrían fallecido el mismo día. Como si una secreta decisión del destino hubiera hermanado a ambos y, con ellos, de algún modo a sus obras.
Y he aquí el problema, porque ambos murieron un 23 de abril, pero con diez días de diferencia.
NO TODO LO QUE PUBLICA ES CIENCIA
La explicación es simple. Shakespeare murió en el calendario juliano, vigente desde Julio César. El español, en cambio, autor de una obra que, atendiendo a Borges, es casi fruto de la casualidad, lo hizo según el gregoriano. Conforme al calendario que usamos hoy día, el inglés no falleció un 23 de abril sino el 3 de mayo, diez días después.
En este sentido, cabría decir que luego del regreso de Elcano y la comprobación empírica de la redondez del mundo, se recalcula el calendario, vigente como se ha dicho desde los romanos. Se tarda medio siglo en su aprobación por la Iglesia, siendo el Papa Gregorio XIII quien lo promulga. De allí el nombre.
Los países católicos lo adoptan inmediatamente, con lo cual, cuando a Cervantes lo entierran, año 1616, es efectivamente un 23 de abril, tal como lo sería hoy. Los ingleses se aferran al viejo calendario durante más de siglo y medio, de modo que para despedir a ambos escritores, las campanas no sonaron al mismo tiempo.
La Reforma no solo había introducido divisiones teológicas y de concepción del hombre, sino de calendarios y de ponderación de la razón. El propio Kepler, astrónomo y matemático, desde el campo reformado justificaba su oposición a la evidencia científica y al nuevo calendario, manifestando “prefiero estar en desacuerdo con el Sol a estar en consonancia con el Papa”. Después nos preguntamos cómo en la actualidad puede haber terraplanistas o negadores de la evolución.
CAMISA DE ONCE VARAS
No obstante lo dicho, no nos vamos a meter en cuestiones religiosas. Lo único que pretendemos agregar al respecto, es que la intolerancia o la negación de la realidad no estaban de un solo lado, si es que de ambos lados estaba y a igual nivel. La aclaración vale toda vez que, posmodernidad y justicia retroactiva mediante, vivimos épocas en que se vuelve a navegar en aguas de la Leyenda Negra, con lo que tendemos a creer que habitamos un lugar del mundo modelado por la desgracia del atraso vocacional y brutalidad de los españoles, origen de nuestros actuales males, en contraposición al desarrollo de naciones originadas mediante la inserción de colonos que, provenientes de zonas frías, habrían desembarcado en América portando mayor racionalidad, tolerancia y vocación por el trabajo. Nada decimos del mestizaje, las Leyes de Indias ni, mucho menos, de la simultaneidad de la conquista española con la creación de las primeras universidades en suelo americano. Los más tolerantes han sido quienes mantuvieron la segregación racial hasta hace medio siglo.
Pero es harina de otro costal, lo mismo que esos gaitas que, navegando hacia lo desconocido, le dieron forma al planeta, recalcularon sus dimensiones y contribuyeron a elaborar el nuevo calendario. Tan brutos no parecen, a fuerza de ver lo que hicieron. Pero bueno, adhiriendo a la Leyenda Negra, cosa de no ser sospechados de discurso de odio, volvemos a lo que nos ocupa.
QUE LA INOCENCIA NOS VALGA
Nuestro Roberto Arlt, con perspicacia, decía en su aguafuerte “El idioma de los argentinos”, que “Un pueblo impone su arte, su industria, su comercio y su idioma por prepotencia. Nada más”.
A su modo, Arlt intuía que la literatura también olía a geopolítica. En este sentido, y dejando de lado la posibilidad de que Cervantes haya muerto el 22 y no el 23 de abril, día de su entierro, conjeturamos que la coincidencia de fechas podría deberse no a un simple descuido, sino a una política deliberada. Concretamente, a adosarle Shakespeare a Cervantes, colocando subliminalmente a ambos en un plano de tal igualdad, que hasta el azar –o la predestinación– los ha equiparado.
Está claro que entramos deliberadamente en el barro de las hipótesis, pero no puede dejar de presumirse que podría haber cierto interés británico –o anglosajón, si se prefiere- por poner a un escritor a la par del otro. Nadie es inocente en el juego geopolítico, sobre el cual la literatura también cabalga.
NECROLOGICAS
¿Es inocente un “error” trivial de obituario, poniendo a Shakespeare a morir el mismo día que Cervantes?
No intentamos hacer literatura comparada, para la que no estamos formados ni contamos con conocimiento ni léxico. Solo podemos decir lo sabido, que Shakespeare es autor de obras universales de teatro como Hamlet, Macbeth, Ricardo III o Rey Lear, entre muchas otras, que revolucionaron el teatro inglés y llegan con potencia hasta nuestros días. Obras ingeniosas, es necesario agregar, en que los personajes suelen interactuar con espíritus y brujas, o formulan planes homicidas e imposibles de conducir a éxito material alguno. O en las que no se desliza una sola crítica, una sola observación irónica sobre las clases altas de la época. Los nobles, hablen con fantasmas o hagan lo que hagan, conservan siempre aires de dignidad. Lo mismo que su superioridad y palabras solemnes, de las que se abstiene el vulgo ante las grandes circunstancias.
Del otro lado, Cervantes asoma con su obra más renombrada, Don Quijote, en que el trasfondo es un hidalgo –venido a menos, pero hidalgo al fin– que vive de idealismos y se estrella sistemáticamente contra la realidad. O en que unos aristócratas escasamente industriosos y rodeados de servidores, dedican su tiempo al parasitismo y a hacer burlas a un hombre que está más para el loquero que para ser ejemplo de ningún idealismo virtuoso, si es que esto último existe. Una trama en que la sensatez asoma más en un labrador analfabeto y pobre que en su Señor, o donde hay curas que se acobardan. O donde el propio aristócrata venido a menos, que se autopercibe como valeroso caballero, encuentra sesudas excusas para huir cuando le conviene, dejando moler a golpes al pobre y analfabeto, su escudero.
Uno, Shakespeare, escribe “El mercader de Venecia”, en que a través de una caricatura antisemita, explota la imagen usuraria de los judíos, a los cuales pone a cobrarse deudas en la carne de cristianos. En Cervantes, su contemporáneo, no se encuentran expresiones que exterioricen ridiculización ni sentimiento antijudío alguno.
En épocas de Inquisición, Cervantes insinúa –”Rinconete y Cortadillo”– el contubernio de eclesiásticos, delincuentes y clases políticas y acomodadas, contra la gente que vive de su trabajo. O plantea, como en “La elección de los alcaldes de Daganzo”, que en el currículum para ocupar cargos políticos, el analfabetismo puede ser una cualidad deseable.
A contramano de Cervantes, Shakespeare apela siempre a un pasado que no lo puede alcanzar ni castigar. Nada plantea ni cuestiona sobre las condiciones de la sociedad en que vive, o los privilegios de unos sobre otros. No se mete con quienes en su tiempo ejercen el poder.
PLANO INCLINADO
No promovemos ni estamos en condiciones de comparar literaturas, tal como hemos admitido. Pero tampoco ocultamos nuestra curiosidad por el plano de igualdad que se sugeriría entre ambos escritores.
Influenciados como estamos por la estética y sofística borgiana –aunque lo leamos poco a cambio de mencionarlo mucho, Borges es paradigma del actual pensamiento argentino, más dado a las emociones que a las cosas–, es natural que asistamos, como si nada, al emparejamiento de Shakespeare y Cervantes. Y casi que el último, un escalón abajo.
No se trata de ponderar quién fue más grande que quién, ejercicio tan superficial como disputar por Senna y Fangio, o Messi y Maradona, o Maradona y Pelé. Comparaciones irrelevantes.
Se trata de aprovechar un día instaurado por las Naciones Unidas, en recuerdo de ambos escritores, que bien podría ser el 23 de abril como cualquier otro, para indagar sobre qué es lo que cada uno pretendió decir, si es que pretendió decir algo. Es dudoso que la literatura clásica sea únicamente valedera en función de la fabricación aséptica de belleza o las solemnidades a que pueda dar lugar, con prescindencia de toda otra consideración. No se niega que Roberto Arlt puede haber estado equivocado en su presunción de que el arte es también una herramienta de imposición de ideas y comercio. No se dice que no, pero en todo caso no deja de ser una cuestión digna de análisis.
Con todo ello, podríamos sugerir que el 23 de abril podría ser también fecha que promueva cierto grado de curiosidad, al margen de invitarnos a “pensar a las lenguas desde otra perspectiva”, como señala en su página la Universidad Nacional de Tierra del Fuego.
PIENSA MAL, ACERTARAS
No insinuamos conspiraciones, sino que apelamos al estudio y la curiosidad, a descubrir eventuales políticas de colonización pedagógica –cita: Arturo Jauretche– aprovechando la “casualidad” en la fecha de fallecimiento de Cervantes y Shakespeare.
Después de todo, vivimos a orillas del Canal Beagle, inocente toponimia en recuerdo del segundo buque europeo que exploró sus aguas, llevando a bordo a Darwin y Fitz Roy, que merecidamente tienen sus calles en Ushuaia. Porque el Beagle no lleva el nombre de Canal San Pío, en reconocimiento al primer buque que vió sus aguas. Para más datos, al mando de Juan José Elizalde, dos veces gobernador de las Malvinas. Y por si algo faltaba, contando entre sus oficiales al marino criollo Cándido de Lasala, explorador de las Malvinas e Isla de los Estados. Muerto, por si fuera poco, en la segunda invasión inglesa.
MAR DE OSO
Para estos últimos no hay sitial en el cuadro de honor de la historia. O acaso historia y memoria tengan significados diferentes. De no ser así, difícilmente se explique que tampoco tengamos presente al español Francisco de Hoces, primer navegante del espacio oceánico que separa continente americano de la Antártida. La friolera de medio siglo antes que el segundo, Francis Drake. Aunque este último, con mayor fortuna –inocente fortuna, claro– a la hora de imprimir su nombre en la geografía, Pasaje Drake.
De allí que durante mucho tiempo se lo conociera también como Mar de Hoces, aunque una calle de Ushuaia lo refleje como “Mar de Oses”. En el fondo no sabemos bien si por “Mar de osos y osas” en lenguaje “no sexista”. O por reconocimiento del analfabetismo virtuoso como condición para desenvolverse en la administración política local. Casi un homenaje implícito a la mencionada obra de Cervantes, “La elección de los alcaldes de Daganzo”.
No, no hay sugerencia de conspiraciones ni maniobras para igualar méritos ni obras, o para imponer arte, comercio e idiomas por prepotencia. Pero que las hay, las hay.
En definitiva, reiteramos que es una buena fecha para invitar “a pensar a las lenguas desde otra perspectiva”. Nosotros nos limitamos a abrir el juego a una de las tantas otras perspectivas posibles para el abordaje de la cuestión.
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