Para EL PROVINCIAL Sergio Osiroff. Ingeniero pesquero – Docente de la UTN Facultad Regional Tierra del Fuego. Capitán de Pesca.
El buen ladrón
Ya lo dijo el Señor: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Al mal ladrón, en cambio, ningún consuelo. Y aquello estuvo muy bien, porque los malos ladrones no deberían jamás ser tolerados. Ni dedicarse a la política profesional, como me ha dicho que sucede, en su país, un conocido de años.
Electroyuta
Ante el riesgo de patrullas inquisitoriales, comisionadas por el Ministerio de Antropología y Seguridad de la Nación para medir el humor electrónico social, confesamos por adelantado, formal y explícitamente, que no hablamos de nada que tenga que ver con la Argentina, sus provincias, ciudades, gente ni funcionarios.
Aún así, y ante la menor insinuación de ofensa o carta documento, manifestamos, también a priori, nuestro arrepentimiento y formal pedido de todas y cada una de las disculpas a que hubiere lugar. Pedimos todos los perdones, que tenemos que vivir y no podemos darnos el lujo de pagar bogas. Cuervos caros que sean malos como arañas, nos referimos. Con poco vento solo se consiguen abogados buena gente, con los que perdemos, con anticipación, hasta las demandas que todavía no nos han hecho.
El valor del trabajo
Mi amigo insiste y me explica: “seamos sinceros: un mal ladrón no puede hacer currículum en el noble oficio del choreo. No pasa de carterista de viejas en las iglesias, o de afanancio de jubilados que salen del cajero. Y si alguien no sirve para ese trabajo, ¿cómo puede ser que se dedique a la política?”.
Gente honrada
Y sigue, mientras por la videollamada compruebo que se está trabajando un tinto en pingüino. Un tipo que sabe, ¡a qué dudarlo! Cualquier vino, venga envasado en lo que venga, a bordo de un pingüino se transforma. Se añeja instantáneamente, el agua se transforma en sangre de Cristo, el alcohol de caña se hace de uva, el azúcar y cenizas le dan cuerpo, y el jugo de remolachas le otorga ese color tan natural, que hasta a un blanco puede convencer de deconstruirse al tinto. En fin. Son tantas las ventajas de trasvasar el tinto a un pingüino, previo a su traslado al vaso, que enumerarlas llevaría páginas enteras.
“Fijate que a lo largo del tiempo, uno se acostumbra a la decencia. Y no te hablo de la decencia que tolera que uno se lleve de la oficina unos lápices, una resma de papel, un cartucho de tinta de impresora, etc.
No, me refiero a la honradez que nos permite, sin hacernos ningún planteo, hacer las maniobras necesarias para entrar a planta permanente en la Dirección de Generalidades, Subsecretaría de Algo, de una municipalidad o gobierno cualquiera. Es como pasar a vivir en Finlandia pero estando físicamente en Sudamérica. Es decir, ingresando a “planta” para hacer de planta durante años, a la espera de la jubilación”.
Nobleza gaucha
El pingüino lo perfila en locuaz y filosófico. Es casi un estoico largando máximas a la par de Séneca o Marco Aurelio. Cabe agregar que mi conocido es de los que han roto zapatos buscando laburo, pero nunca fue a un congreso de licenciados en zapatería, ni hizo una maestría en cordones. Solo gastó suelas pateando.
Y prosiguió.
“Hablo de la nobleza que nos autoriza a reclamar viáticos por gastos que uno ha hecho pensando en uno, o que directamente no ha hecho. O a la firmeza de carácter que nos conduce a solicitarle, a quien nos ha invitado a comer y por lógica ha pagado, que tenga la amabilidad de darnos –ya que estamos de regalo– la factura, cuestión de incluirla en el pedido de reintegro de gastos durante la comisión.
Y así, tan comprometidos con la honradez, resulta que nos acostumbramos a la decencia.
Decencia que corroe el alma, hasta posicionarla muy cerca del mal ladrón. Porque es norma de la naturaleza humana: al probo, se lo prueba. Y con poco, reprueba. Y allí está el Señor, crucificado entre los dos rufos, eligiendo a las claras al buen ladrón. Que además la va de buche, aliviando su propio martirio mientras se lo hace más pesado al otro”.
Buen nombre y honor
La tierra de mi amigo, generosa, es pródiga en otorgar, a sus funcionarios, la alternativa de optar por una honestidad de carácter legal. La otra no le importa a nadie en absoluto, lo mismo que el acierto o la pifia en las decisiones de gobierno. Es la honradez, en su sentido tribunalicio, lo que mantiene en alerta a los servidores públicos. Como a los buenos ciudadanos.
El aeropuerto pide pista
Yo no creo en nadie. Y mucho menos en lo que digo yo. Pero no dejo de agradecer vivir en un país diferente al de mi conocido.
Porque todo venía a cuento del proyecto que están llevando a cabo en sus pagos, y que era lo que le hacía saltar la cadena: un aeropuerto seco.
¿En qué consiste? Muy sencillo: un aeropuerto, a cargo de la Dirección Departamental de Aeropuertos (su país se subdivide administrativamente en departamentos), pero sin pista de aterrizaje. Está previsto que los aviones sigan operando a 400 km del lugar, pero que el “check-in”, las maletas y las eventuales cargas se operen en el aeropuerto seco. Cosa de aumentar el empleo aeronáutico y servicios asociados, según las previsiones de los especialistas que han intervenido en el proyecto.
En el paquete se prevé la prolongación de la lejana pista, para lo cual se llamó a licitación. En el ítem “avión de diseño”, base del cálculo de resistencia, mi amigo me dice que se puso diez pasajeros. Por lógica, le pregunté por el avión, porque diez pasajeros pueden ir tanto en un Twin Otter como en un Boeing 747. Y la resistencia requerida en la pista para el aterrizaje, en uno u otro caso, no será la misma. No hay que ser ingeniero para entenderlo, ¿no?
Me respondió “diez pasajeros”, no importa a bordo de qué.
Pienso. Luego, no existo
Entendí entonces el motivo de su desesperanza: los honestos se hicieron cargo de la administración del Estado.
“¿Te das cuenta? ¿Para qué se meten en política, si no tienen pretensiones de chorear? Ni sabrían hacerlo, por más buenas intenciones que tuvieran. Van a estrellar al país. Lo van a vender por nada y sin llevarse un mango. ¿Tan poca cosa somos? ¿Tan poco valemos? …. y encima, prestan voluntad”.
¿No hay normas legales que limiten el accionar de quienes mean agua bendita? –pregunté, frenando y autocensurándome a tiempo para no decir “salamines”.
“¡Están protegidos por ley!”, me respondió descorazonado. “Hasta tienen cupos en el Estado”.
¿Y los vivos no reaccionan? –repregunté.
“A los vivos les conviene jugarla de otarios. Incluso pasar por más otarios que aquellos que lo son de verdad”.
Están sonados, terminé por darle la razón.
Un “aeropuerto seco”, sin pista de aterrizaje. Menos mal que aquello ocurre en otro país.
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